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martes, 4 de junio de 2013

EN DEFENSA DE DAN BROWN

Cuando me publicaron El Secreto de Nicea tuve dos críticas demoledoras por parte de sendos comentaristas. En la primera se me condenaba por una frase que no salía en la novela, sino en las "aclaraciones del autor" que suele uno tener la costumbre de añadir al final de sus ficciones históricas. La frasecita en cuestión venía a decir que el fin último de mi novela había sido el de entretener al lector.  El ilustre crítico afirmaba que semejante sentencia era un despropósito y un desprecio a la propia literatura que había gastado en las páginas anteriores (supongo que le gustó lo que había leído). Bien, es una opinión.
El segundo crítico tenía más razón que un santo. Me acusaba de haber seguido la estela de Dan Brown con sus códigos, misterios, paranoias conspiranoides etcétera.  Cierto.
Jamás me defendí de ambas objeciones porque creo que la opinión es libre y a veces hasta la comparto.  Que le pongan a uno a caldo va en el sueldo que no tiene (en los royalties sería más justo decir).
Como yo no soy un gran literato, no puedo aspirar a llegar más lejos de entretener al paciente lector que, amablemente, ha elegido un relato mío para su asueto. Las librerías que conozco están cada vez más vacías de grandes literatos, así que no me puedo sentir culpable de ser uno más. Yo, personalmente, consumo buena literatura, pero no le voy a decir a nadie lo que tiene o no tiene que leer. Y es que no puedo pretender que nadie sienta lo que siento yo ante una obra de Anatole France, Camilo José Cela, Rudolf Eucken o Sully Prudhomme ni tampoco negar que me lo paso bomba con libros sencillos que me distraen y entretienen cuando no quiero calentarme la cabeza.  Dicho de otro modo: me encanta la película Muerte en Venecia, me priva la filmografía de Kubrick... pero me lo paso muy bien yendo al cine a ver Oblivion. ¿He pecado? Creo que no.
En lo que a "seguir la estela de Dan Brown" se refiere, el crítico tenía, insisto, toda la razón. Lo que no sabía es que EL SECRETO DE NICEA se titulaba originariamente LAS CARTAS DE ATILIO, que no incluía en sus páginas los segmentos que, en forma de capítulos impares, le daban el toque de Dan Brown al que hacía mención, que dichos capítulos fueron escritos por encargo del editor y que -reconozco- los redacté en 20 días porque no se me antojaba complejo desbarrar con el material que ya había producido meses antes haciendo que las "cartas de Atilio" pasasen de mano en mano a través de los siglos y conformasen la excusa de un complot. Sabía que estaba desmereciendo mi trabajo, pero para 600 euros que me pagaron por la pieza (y de mala manera y con retranca) no me iba tampoco a calentar la cabeza.
Curiosamente el resultado fue satisfactorio. Gustó.
Y gustó porque en 2008 estaba de moda la literatura que imitaba a las novelas de Dan Brown. Las estanterías estaban pobladas por novelas de conjuras, misterios, manuscritos, piedras misteriosas, tesoros familiares ocultos, testimonios inauditos, joyas perdidas y demás artillería que, de salir a la luz, podían cambiar el curso de la historia venidera, así como la interpretación de la pasada. Un coñazo, vamos.
Pero las editoriales pedían eso y mucho más. Hasta las mediocres como la mía.
Y no voy a entrar en la cantidad ingente de autores que se subieron al carro pensando que, siguiendo la corriente de moda, serían catapultados a la fama en un santiamén.  Yo no lo hice. Yo no.  Yo seguí a lo mío... ¡y cuando llegó la crisis todavía no me había comido un colín! (pero me daba igual).
Empecemos por dejar claro que los autores que no estamos consagrados (¡vaya palabra!), respaldados por los medios de comunicación, asalariados a un grupo editorial o apadrinados por un gurú de la cosa somos unos simples mercenarios para las editoriales: escribimos lo que nos mandan y hacemos lo que nos dicen sin rechistar y dando palmas con el escroto si hace falta. Mi novela MORITURI tiene dos versiones: la que interesó a Edhasa y la que Edhasa me pidió que escribiera (con dos finales distintos y eliminación de escenas). Y total, para nada, porque Edhasa comenzó a sufrir los estragos de la crisis, cerró oficinas, cambió de dueños y no pudo afrontar el reto que ellos mismos me habían propuesto: una trilogía. Sin rencores: me hicieron un favor y les estoy agradecido.
No me cansaré de decir que escribo lo que me da la gana, pero si me pagan un precio adecuado por mi trabajo soy capaz de escribir lo que le dé la gana al pagador, incluso me postulo para negro literario (me da igual si me sirve para pagar los recibos o la cesta de la compra: no por ello dejaré de ser yo y de escribir lo que me apetezca fuera del horario impuesto por el compromiso adquirido). Mi agente lo sabe, más de un editor lo sabe y quien me conoce lo sabe. No veo nada malo en ello.
Hablemos ahora de Dan Brown.
He leído como 4 o 5 novelas suyas, me han entretenido mucho, lo he pasado genial, unas me han gustado más que otras, ninguna me ha parecido que pretendiese postular al autor para el Nobel y todas me han parecido un dinero bien invertido. Añado que, una vez leídas, me desprendí de ellas porque lo que sé que no voy a volver a leer no lo quiero en mis estanterías acumulando polvo y eso sólo me ocurre con la literatura que disfruto profundamente y los tebeos de Asterix, Mortadelo y Ralf Könnig. No me siento culpable por ello ni pienso disculparme.
¿Dónde está el problema? El tío escribe bien, te cuenta una película muy entretenida, te tiene intrigado hasta el final, carece de pretensiones (porque el que afirme que la finalidad de los libros de Brown es hacernos dudar sobre ciertas cosas o creer en otras lo que tiene que hacer es hacérselo mirar). Su estilo es fluido, tiene una técnica literaria eficaz, en inglés es impecable (las traducciones al español no las conozco bien) y se documenta lo suficiente como para meter la pata apenas lo justo.
¿De dónde viene tanto odio hacia su persona? Obviamente en España de nuestro pecado capital por excelencia.
Por parte de los autores frustrados que han seguido su estela y no han llegado a su nivel lo entiendo, porque el escritor de hoy en día suele empezar la casa por el tejado y tiene innúmeras lagunas culturales que limitan clamorosamente su capacidad de reinventar algo que ya existe. Es muy mala idea tanto para los autores como para los editores plagiar estilos. Es un error. Pero "poderoso caballero es don dinero" ¿verdad? Pues quien esté libre de culpa... Reitero: hay temas y géneros con los que yo no me atrevería, pero si me ofrecen una cantidad adecuada por el trabajo y me la garantizan... ¡pues claro que lo hago! ¡Faltaría más!
El éxito de este autor, que se está forrando meritoriamente con el filón que ha descubierto y que ha sabido explotar, radica en su originalidad. ¿Acaso Agatha Christie no hacía lo mismo? ¿Y qué me dicen de Blasco Ibáñez? A menudo me sorprende la ignorancia que hay sobre el bestsellerismo entre quienes creen que es el producto del márketing de los últimos quince años.
Hay quien critica a Dan Brown con el mismo conocimiento de causa del que afirma tragarse los celebérrimos documentales de La 2. Hay quien lo insulta porque se siente ofendido por sus temas: Opus Dei, masonería, iglesia católica, gobiernos... el autor no deja títere con cabeza en sus obras. Pero tal vez si no hubiese tanto secretismo en torno a determinadas organizaciones, éstas dejarían de ser una tentación para el infame autor (¿infame?).
Yo lo reconozco: no sé escribir como él. Me gustaría haber encontrado mi propio filón, que mi estilo fuese tan depurado como para atrapar al lector sin prejuicios (que no es lo mismo que "sin criterio") desde la primera página hasta la última. No me sale: yo tengo mi público y es -y siempre será- mucho más reducido que el de Dan Brown. Sé que jamás tendré su poder adquisitivo merced a mi pluma. No me siento frustrado por ello; siento una envidia muy sana.
Cuando empecé el Ulises de Joyce y lo dejé en la décima página por quinta vez no le eché la culpa a él. Cuando disfruté de la saga de Cienfuegos de Vázquez Figueroa no me sentí culpable. Cuando añadí los capítulos impares por encargo de AJEC o reconstruí MORITURI por recomendación de Edhasa no me sentí sucio ni mucho menos... Y cuando veo que a alguien le va bien en lo suyo, independientemente de mis opiniones personales sobre su trabajo, me alegra. Yo no tengo nada de Justin Bieber entre mis discos, pero tampoco conozco a muchos que tengan algo de Cake en mi círculo de amigos (ellos se lo pierden, pienso yo). Me gustan las pelis de Indiana Jones -hasta las peores, que son las tres últimas-, me lo paso pipa con las de James Bond. Corín Tellado llenó de literatura toda una generación y ¿quién no vio en casa de sus abuelos una novela de El Coyote?
¿Tan exquisitos nos hemos vuelto como para censurar a un autor por el simple mérito de funcionar bien? ¿Tanto sabemos de literatura como para cuestionar a un autor de éxito? ¿Es necesario recordarle al personal cómo vivió Víctor Hugo?
A mí no me va a pillar nadie en el renuncio de declarar en público quiénes son los autores que me parece que escriben mal (es una opinión íntima y personal que no sale del salón de mi casa por motivos más que obvios). Tampoco recomiendo lecturas (ni siquiera las mías); todo lo más me hago eco de los trabajos de otros y los promociono en el twitter. Pero creo que todos, absolutamente todos, tenemos derecho al reconocimiento del lector. Que sea él quien nos discrimine. Que sea él quien se equivoque al elegirnos. Que sea él quien se arrepienta. Que sea él quien responda de su propio intelecto. Que nadie se burle de él o lo excomulgue por consumir lo que le parezca mejor. Yo no como hamburguesas ni bebo pepsi-cola, pero eso no convierte a estos productos en merecedores de ocupar lugar alguno en la lista de artículos prohibidos.
Sólo hay una cosa peor que leer bazofia: no leer. Lo que yo me pregunto es quién se considera lo suficientemente dotado en su intelecto como para distinguir entre bazofia y arte. Yo no. Relean la escena del Quijote en la que el cura y el barbero queman los libros de Alonso Quijano y deciden lo que está bien y lo que merece el fuego: es toda una sátira que, quinientos años después, no ha perdido ni un ápice de vigencia.
En la serie de televisión "Enano Rojo" había una escena memorable: el ordenador central de la nave (caricatura del famoso Hal 9000) le decía a un tripulante:
-Estoy tan aburrido que he comenzado a leerme "Asesinato en el Orient Express" pero lo he tenido que dejar al final de la primera página porque me he dado cuenta de que el asesino son todos.
Típico humor británico que se adapta muy bien al caso de Dan Brown. Le deseo muchos éxitos. Pienso leer su último libro y, cuando lo acabe, haré lo que suelo hacer: decidir si lo regalo o me lo quedo. Sin complejos.

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