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jueves, 11 de diciembre de 2014

EL INCONFORMISMO DE LA GENERACIÓN DEL 27

¿Por qué a filo de los años 30 la protesta social en literatura parte de la realidad rural y agraria y se tipifica el hombre-pueblo a través del hombre del campo?  Podríamos responder diciendo que la situación agraria e industrial han conducido, más que a un ascenso urbano e industrial de la burguesía española, a una escasa, pero potente burguesía empresarial, que se ha ligado con la oligarquía, con la gran clase de la propiedad agraria y con la "ideología aristocrática señorial".
Galdós, y en parte Clarín, estaban llamados a ser representantes literarios de la burguesía española; pero como lo único que existía era una oligarquía (y esta suponía un valor regresivo), se convirtieron en portavoces de los trabajadores y de sus aliados, frente a la oligarquía archipropietaria y bañada en la "ideología aristocrática señorial".
¿Tiene algo de extraño que en esta situación Machado, Lorca, Alberti, Hernández, Ramón J. Sender... busquen el hombre a secas en el hombre del pueblo?  La reacción más racional, vital y sentimental es que estos hombres, que ven una España mayoritariamente agraria y con la contradicción tremenda de una sociedad compuesta por el oligarca-financiero-terrateniente, partan de una sociedad rural arcaizante, protesten y tomen partido socialmente.  Este hecho es signo de reflexión.
Federico García Lorca nació en Fuente Vaqueros (Granada) en 1898 y fue asesinado en Viznar el 19 de agosto de 1936, tras ser denunciado por propios familiares y amigos de izquierdas a las tropas nacionales por mor del cobro de una herencia (citamos a Paul Preston).
La poesía andaluza ofrece, como en todas las épocas, un mayor encanto jugoso, una fácil -y difícil- posibilidad de comprensión para un público más extenso.  Dentro de esto, y como interpretación del alma popular -eterna- del mediodía español, surge la figura de Federico García Lorca.
Lorca escribe Canciones, Poemas del cante jondo, Romancero gitano, donde se cala lo humano, lo dramáticamente hondo de lo andaluz.  Lorca vive lo popular hasta el tuétano y lo siente como propio; no es algo gratuito ni estetizante; es algo visceral, que lleva a protestar de raíz.  Dejemos que sea el propio Lorca el que nos lo diga en estos párrafos suyos:

“Yo siempre seré partidario de los que no tienen nada y hasta la tranquilidad de la nada se les niega.  Nosotros -me refiero a los hombres de significación intelectual y educados en el ambiente medio de las clases que podemos llamar acomodadas- estamos llamados al sacrificio.  A mí me ponen en una balanza el resultado de esta lucha: aquí tu dolor y tu sacrificio y aquí la justicia para todos, aun con la angustia del tránsito hacia un futuro que se presiente, pero que se desconoce, y descargo el puño con toda mi fuerza en este último platillo.  Mientras hay desequilibrio económico el mundo no piensa.  Yo lo tengo visto.  Van dos hombres por la orilla de un río.  Uno es rico, otro es pobre.  Uno lleva la barriga llena y el otro pone sucio en aire con sus bostezos.  Y el rico dice: "¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua!  Mire usted el lirio que florece en la orilla".  Y el pobre reza: "Tengo hambre, no veo nada.  Tengo hambre, mucha hambre". Natural.  El día que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la humanidad.  Nunca jamás se podrán figurar los hombres la alegría que estallará el día de la gran revolución”.

Sus intentos de crear un teatro popular quedaron frustrados; no obstante, dejó unas muestras en que lo lírico se funde con lo trágico a una altura genial Bodas de sangre, Yerma, La casa de Bernarda Alba...  tragedias de honradez, donde la contradicción social está patente, donde la rebelión interna llega a alcanzar tonos dramáticos, mientras que la honra externa grita: "¡Aquí no pasa nada!".  De todas formas, el Lorca que idealiza lo popular suele concluir diciendo que la represión no es una fuerza invencible.
 Rafael Alberti nació en 1902 en Puerto de Santa María (Cádiz).  Era hijo de pequeños propietarios, víctimas de los Osborne y de los Domecq, que, como él decía, se habían alzado con el reino de Baco.  A los 22 años, con Marinero en tierra, obtenía el Premio Nacional de Literatura.  Le seguirán: La amante, El alba del alhelí, Cal y canto, Sobre los ángeles, Consignas...
Alberti será otro artista que tomará postura ante las situaciones sociales y las criticará apuntando a valores nuevos.  Toma contacto con la realidad social y no se contenta con contemplarla, sino que participa y reacciona frente a lo que estima injusto, para luego pasarlo todo a su conciencia y reelaborarlo estética y emotivamente.  Alberti, en el que la poesía y la acción van unidas, gritará: "¡Con los zapatos puestos tengo que morir!"
Miguel Hernández es un lírico intenso. De familia humilde, nació en Orihuela en 1910.  Tiene que abandonar la escuela para guardar las cabras familiares.  Pero el ímpetu de su musa se deja ver pronto  en Perito en lunas.  Traba amistad con Aleixandre, Bergamín, Lorca, Neruda...  A su concepción poética se suma una briosa concepción de lo humano en ·El rayo que no cesa y en otras poesías donde canta:

Arrogante y aldeano,
me honra extremadamente
decir que mi pan lo gano
con el sudor de mi frente.

El poeta, hasta el final, en que muere de tuberculosis en la prisión de Alicante el 28 de marzo de 1942, nos estremecerá siendo siempre protagonista real de la tragedia que canta.  La tragedia colectiva es su tragedia:

¿Quién salvará este chiquillo,
menor que un grano de arena?
¿De dónde saldrá el martillo,
verdugo de esta condena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.

La plenitud de este intenso lírico, que se siente hombre del pueblo y hombre del trabajo, quedó truncada, no permitiéndole sino asomarse, como a Lorca, a la acción dramática.
 Como esto no es una historia de la literatura, tenemos que resignarnos a citar a estos poetas (críticos o poetas), profesores de gran envergadura, como los madrileños Pedro Salinas y Dámaso Alonso, el vallisoletano Jorge Guillén, el santanderino Gerardo Diego, Luis Cernuda, Altolaguirre, Prados...
La veta meridional vuelve con Vicente Aleixandre.  Tan importante conjunto de poetas ha dado lugar a lo que se ha denominado nueva Edad de Oro de la lírica española. Todos ellos son algo deudores de Juan Ramón Jiménez, quien, evolucionando del modernismo de Rubén Darío, pasó a una expresión más sobria.  Sus obras muestran la transformación de un depurado, sencillo y lírico poeta, al que se concedió el Premio Nobel de Literatura en 1956.
La novela posterior al 98 emprende un realismo con nuevos matices, con tendencia a un estilizado antirrealismo.  Ahí están Ricardo León y Concha Espina (Altar Mayor y La esfinge maragata).  Ramón Pérez de Ayala se muestra universal (Belarmino y Apolonio).  El paisaje nativo cobra emotividad en la obra del levantino Gabriel Miró (Figuras de la pasión del Señor, Nuestro padre San Daniel y El obispo leproso).
La cuestión cambia con los jóvenes prosistas de los años 30, cuyas creaciones literarias ahondan en la crítica de la sociedad contemporánea.  Tal es el caso del "primer" Ramón J. Sender en sus obras Imán, Siete domingos rojos, Los cinco libros de Ariadna, Viaje a la aldea del crimen, La noche de las cien cabezas...
Literatura comprometida se aprecia en José Díaz Fernández (El bacalao), Joaquín Aderíus (Montesinos, Carmen), César M. Arconada (Los pobres contra los ricos, Vivimos una noche oscura), Manuel Benavides (Un hombre de treinta años), Carranque de los Ríos (Uno).  Tampoco puede ni debe olvidarse el máximo exponente actual de la novela histórica, Max Aub.

También el teatro, aunque con vuelos mucho menos altos que la lírica y la pintura, cumple su misión de reflejar la sociedad española o alguno de sus problemas.  Destaquemos la figura de otro Premio Nobel, don Jacinto Benavente (1866-1954), cuya obra sigue la pura objetividad costumbrista por el mundo levemente idealizado, literario, relacionado con el modernismo (Los intereses creados, sobre la alta sociedad madrileña, y La Malquerida, sobre la vida aldeana).  El sainete de ambiente popular produjo en el siglo XX el costumbrismo andaluz de los hermanos Álvarez Quintero y el madrileño Arniches.  El teatro social comenzaba con las obras de Joaquín Dicenta (Juan José) y Ángel Guimerá (Terra Baixa).