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sábado, 29 de noviembre de 2014

EL REACCIONARIADO

Será perversión de mis sentimientos, pero tengo la desgracia de indignarme más por las estupideces que por las crueldades. Leo la prensa, escucho la radio, contemplo las redes sociales... y sólo encuentro odio y carpetovetonismo celtibérico. En su secular dejadez de funciones, la Justicia permanece anclada en el siglo XIX; pero es que la plebe (también llamada "pueblo soberano" en época electoral) se deja arrastrar con esa facilidad concomitante con la falta de criterio que siempre ha caracterizado al español medio.
Siendo simplistas, el mundo se divide en dos: los que hacen cosas y los que no las hacen. Los segundos son mayoría agradecida de determinadas facciones de los primeros.
Yo, iluso de mí, pensaba que las nuevas altotecnologías y la globalización comunicativa de las redes iban a servir para que nos conociésemos mejor y aprendiésemos a convivir, pero es justo lo contrario: se reducen a un comedero de egos, a un pitas-pitas de nuestros miedos y falsas convicciones. Utilizamos estas plataformas para seguir apedreando a los demás (de forma legal) y haciendo cadáveres virtuales de conciudadanos que dejar luego en las cunetas. Es decir: insultar sin ton ni son. Y, perdónenme, de todas las brutalidades y estupideces del sectarismo, ninguna tan burra como la intolerancia.
Y, viendo al personal, uno se imagina todavía en el siglo antepasado con toreros por la calle recogiéndose el pelo ensortijado con su calañés o emperifolladas damas luciendo sombreros archiduquesa e impertinentes (véase 3ª definición del DRAE). Vamos, que sólo nos falta Castelar con su voz chillona echándole piropos a las hijas de las rancias por la playa de Donosti. Entre tanto, ahí sigue el pueblo llano dispuesto a derribar y destruir la convivencia, que tal y no otra es la muestra de ejemplaridad que solemos dar al primer balido que hable de libertades posibles o perdidas. Se habla mucho últimamente de las libertades, pero obviamos que libertades no es lo mismo que libertad. Claro, porque de eso no queremos saber nada.
Volviendo al siglo XIX, a mí me gusta mucho analizarlo. Fue una centuria que pecó de ingenua en sus ideales democráticos; pero todo aquello fue preferible a la barbarie materialista de su sucesor, el siglo XX, tan realista, tan práctico, tan cargado de guerras, tiranías, desconcierto económico y malestar universal. El siglo XX, del cual no nos hemos curado, padeció el fetichismo del Estado. Hizo de él un Leviatán devorador del individuo, una máquina trituradora de la personalidad individual. Yo, a estas alturas y tras tanto estudiar, no creo que pueda hacerse una gran nación ni un gran Estado a costa de empequeñecer a los hombres, pero es que tenemos tan inculcado ser rebaño que casi exigimos que el Estado sea cuartel, asilo, hospital, presidio e incluso manicomio.  Yo, que dudo tanto (cada día más), cuando me encuentro a alguien tan convencido de tener razón que llega al punto de desconocer la mala conciencia, es que me asusto. La España actual ha perdido la sal y tiene un paisaje solemnemente maleducado. Eso de la buena y la mala educación en el paisaje me enfrascaría en una disgresión compleja que casi ningún lector entendería así que dejémoslo estar y concluyamos que hay quien se pasa las horas muertas pendiente de su emisora de radio y no sabe oír la radio interior que todos llevamos dentro.
A menudo me preguntan amigos de otros países sobre cómo veo yo las Españas y reconozco que me despacho a gusto porque, como la mayoría pertenecen a naciones que eligieron el otro camino del Concilio de Trento, pues tienen una perspectiva más amplia y saben entender mis opiniones sin sojuzgarlas.
Pero nada de esto se explica si no nos fijamos en nuestra historia. No sé quién dijo que hay que estudiar historia para reconocer nuestros errores cuando los volvamos a cometer. Dábase por sentado que la repetición era inevitable. No le faltaba razón. Y es que hay cosas que sólo pueden explicarse por esa baja envidia de las almas plebeyas, que por no ser ni capaces de admiración, quisieran suprimir todo lo admirable que puedan tener los demás, como si les avergonzara un ejemplo que ellos no serían nunca capaces de imitar o un cotejo que en nada pudiese favorecerles.
Hablemos del reaccionariado.
Cuando digo REACCIONARIADO no me refiero a la gente de derechas, sino a la de derechas o izquierdas que no se dan cuenta de que son una jauría de reaccionarios. No me expreso en sentido negativo, sino constatativo. Huyo de dos términos que aborrezco: "facha" y "rojo". El paisanaje que se cree de izquierdas (eso habría que verlo) identifica fascismo con un sector de la población legítimamente de derechas que mamó de las tetas de un régimen nacional-católico, autoritario y militar. El Franquismo, queridos, no fue un sistema fascista, sino de fuerza. El fascismo se basaba en la clase media y en España no hubo clase media hasta bien entrados los años 1980. Es cierto que a la derechona española el poder la vuelve loca y hace muchas tonterías, pero la izquierdona pega cada patinazo que Dios tirita con sus desmanes neuronales, por ejemplo cuando aparece la bandera o la palabra "patria". "Eso es de fachas", dicen los muy gilís cuando se mentan ambos símbolos. Somos el único país del mundo en el que la mitad de la población aborrece su bandera o reniega de la palabra patria (luego hablaremos de patrias). Pero, vamos a ver, si hay alguien en España que tiene patria éste no es otro que el plebeyo de antes o el obrero de ahora. Los que no tienen patria son los capitales económicos como no la tenían los nobles del medievo, que se unían al mejor postor de sus intereses. Ni siquiera la Iglesia tuvo patria jamás (por algo es Católica, ergo universal).  Pues nada, el paisanaje no se entera. Y en eso seguimos anclados en el siglo XX de los grandes discursos que tanto daño nos han hecho.
Por eso hay que estudiar historia: para hacerse preguntas aunque no sepamos responderlas. Ahí lanzo una: ¿por qué la primera intervención militar de la OTAN desde su creación tras la II Guerra Mundial consistió en bombardear con aviones americanos un país Europeo? (¿se lo han preguntado alguna vez?). No, no nos preguntamos nada porque preferimos asistir al lamentable espectáculo de una política española que se destroza mansamente haciendo uso de sus corderitos, los del reaccionariado (de izquierdas o de derechas, que tanto monta). Me refiero a ésos que clamaban hace tres años que los del 15-M dejasen de ser "perroflautas" y se organizasen políticamente y luchasen por el poder siguiendo las reglas del juego y que ahora andan acojonaditos porque les han hecho caso (España es un país acojonadito, siempre lo fue desde la batalla de las Navas de Tolosa en 1212) ¿En qué quedamos? ¡Ah, sí, en las Navas de Tolosa, que ahí empezó la gran cagada!
El hombre es un Dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona. Ayer mismo alguien me señaló con dedo acusador tachándome de "catalanista". Al parecer es un insulto muy de moda (yo lo encuentro demodé, pero en fin). No pienso pedir perdón por haber nacido en Madrid y querer tanto a Cataluña (también quiero a Galicia, Asturias, Navarra y País Vasco... lo siento: he estudiado historia, no puedo evitar tener mis veleidades y mis simpatías). Más nota deberían tomar algunos del amor que le tienen los catalanes (independentistas o no) a su tierra. Tal amor debería ser ejemplo en el resto de las Españas. Yo sólo le encuentro un defecto al independentismo catalanista: la pequeñez de sus ambiciones. Su aspiración a la independencia también se retrotrae al siglo XIX. Separarse de España... ¡bobadas! Las ambiciones han de ser grandes; achicarse no ha sido nunca una aspiración que valga la pena. Yo preferiría una ambición mayor: que Cataluña se anexionase a toda España para que ésta fuera de Cataluña como antes lo fue de Castilla. Transcurrido el tiempo de decorosa viudez a que nos ha condenado el tardofranquismo (1965-201?), yo creo que ya estamos en edad de merecer un odre nuevo para nuestros añejos vinos.
Pero no, lo que toca por ahora es que sigamos irracionalmente confrontrados, como hace 100 años y sigamos parasitando personalidades rancias de uno y otro color para tratar de aferrarnos al mondadientes, que es lo único que ha quedado flotando tras el hundimiento. Porque, España, queridos amigos, está hundida y bien hundida (en las últimas semanas podemos contemplar cómo las ratas más insignes están abandonando el barco, por ejemplo, del hemiciclo: ¡claro! ¡el reaccionariado!)
Somos estúpidos. La caridad aún no ha aprendido a ser alegre, ni la sociedad a ser madre, ni los poetas gobiernan el mundo, ni a los soñadores se nos permite realizar nuestros sueños. Y es que sólo hay una cosa más ofensiva a la inteligencia que la ingratitud: la estupidez. Y de eso en las Españas sabemos mucho.

sábado, 1 de noviembre de 2014

¿PERO EN ESPAÑA CÓMO SE VIVE DE ESCRIBIR?

Don Emilio Castelar era un gaditano de voz chillona como de pavo real (sin duda lo que había sido en otra vida). Tenía un abdomen que le empezaba en la garganta y unos bracitos cortos, como de foca. Como escritor y político era un producto muy bien acabado del segundo tercio del siglo XIX, con toda la bambolla y quincalla idealista de Chateaubriand, Lamartine y Víctor Hugo. Podríamos decir que Castelar poseía la cualidad más estimable que pueda tener un hombre: tenía mundo. El que tiene mundo suele ser señor absoluto de todos los enemigos del alma, el demonio y la carne.
Aunque prolífico escritor, don Emilio ha pasado a la historia contemporánea de España como político; tal era su auténtica profesión. Pero, ¿de qué vivían los escritores patrios contemporáneos que todos conocemos?  Pues bien, muchos de su riqueza personal, como la Pardo Bazán. Otros, los más, de pegar mangas en los convites y casas de marquesas y aristócratas variopintos que poblaban las Españas Isabelinas, merced a una especie de mecenazgo indirecto que al menos les llenaba el estómago y vestía sus desnudeces.
Cánovas del Castillo solucionó el tema durante la Restauración de un modo harto ingenioso para unos tiempos en los que la palabra "subvención" quedaba muy lejos en el futuro: otorgaba a los artistas puestos en la administración del Estado so condición de que nunca los ocuparan. Era una especie de limosna para dar de comer a un estrato que burgueses, aristócratas y políticos sabían indispensable para la marcha del país.
Puedo estar equivocado, pero creo que el primer paria que acabó viviendo de sus ocurrencias sobre el papel fue Blasco Ibáñez, un bestsellerista que cayó de pie y pasó de anarquista perseguido (incluso estuvo preso en la cárcel de San Gregorio de Valencia antes de ser desterrado a Torrevieja)  a ser el más capitalista de los intelectuales, con mansión a la playa de la Malvarrosa y balandro propio con tripulación para sus particulares cruceros (todo ganado a base de puño y tinta, sin mecenazgos y conquistando al gran público de diversas naciones).
En tiempos de Cánovas del Castillo y Emilio Castelar, a don Álvaro Figueroa, antes de ser conde de Romanones, se le llamaba "el futuro imperfecto", debido a ciertos defectos físicos que no vienen al caso. Saco esto a colación porque hoy, más de un siglo después, muchos autores no nos hemos dado cuenta de que el oficio de escritor es un futuro imperfecto que tiene mucho que ver, sí, con el marketing y todos esos anglicismos de moda, pero no menos con el savoir faire, que en siendo también neologismo (y perdón por la rima interna), es el bálsamo de fierabrás de todo autor que aspire a pagar las facturas cotidianas a costa del oficio.
El producto no es el libro, es el autor. Siempre lo ha sido y parece que nos cuesta tomar nota del detalle. Recientemente, un alumno de una universidad que no viene al caso se ha puesto en contacto conmigo para pedirme (oh, dioses) hacer un trabajo sobre mí para su cuatrimestre. Un trabajo que sólo leerá él y su profesor, un trabajo minoritario y sin importancia, pero un trabajo que se realizará porque el antedicho joven ha sabido de mi existencia y se ha interesado por ella. Milagros de internet y la globalización, sí. Inmerecido honor, sin duda. Pero, al fin y al cabo, existencia.
Cuando Nous Projectes Audiovisuals se puso en contacto conmigo para hacerme un documental, sus gestores no habían leído un libro mío. Sin embargo, por algún motivo capté su atención. Dios y todos mis colegas saben que yo no soy precisamente el tipo de persona que está con el tole-tole de sus experiencias, vivencias, avatares, logros y frustraciones. Sin embargo, ahí estoy. Tal vez la clave resida en tener mundo para que el mundo lo tenga a uno. No sé.
Pero tampoco me quiero poner trascendente: siempre opinaré que de casa es lo que nace en casa. Os dejo unos pequeños, humorísticos y sutiles ejemplos de la realidad que vivimos todavía en este carpetovetónico país malamente llamado España (sin ninguna animadversión hacia los protagonistas de la broma, sino más bien al contrario, a modo de ejemplo de cómo funcionan las cosas hoy en día).
Al menos, ya que nos toca reflexionar, hagámoslo con una sonrisa si algo de humor nos queda.