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lunes, 12 de enero de 2015

INES GREY, de Anne Brönte

Repasando los escritos de sus hermanas, tras su muerte, Charlotte Brönte descubrió un testimonio doliente de la sincera, pero aflictiva piedad de Anne.  Esta piedad quieta, callada y triste era la característica personal de la hermana, quien compartió con Emily el tema de las marismas y con Charlotte el trabajo de institutriz.  Su amor por William Weightman y su abominación de las derivas depravadas de Branwell estaban en contra de su propia experiencia y eran ajenas a todo cuanto ella escribió.
Anne no era, en ningún modo, una gran poetisa.  A sus ideas les faltó siempre amplitud y valentía, calor y animosidad.  Pero unas y otras poseían cierta propiedad y sereno decoro; eran grisáceas y blandas, pero inexorables, como la suave llovizna de los paisajes que describía. Sus palabras expresaban una atenuada, pero sincera intensidad sentimental y una gran firmeza de propósitos. Contrariamente a los de Emily, sus versos narrativos son prescindibles, pero sus poemas de experiencias personales resultan dignos de atención.
Su primera novela, Inés Grey (1847) revela a la perfección su resignada piedad, emparejada, sin embargo, con una fría mirada sobre la hipocresía doméstica.  Inés, la hija menor de un clérigo empobrecido, ocupa dos puestos de institutriz.  En el primero se encuentra con unos vulgares nuevos ricos, cuyos niños groseros e ingobernables escupen en su bolsa de labor y tiran su pupitre por la ventana.  En el segundo, un hogar de aristócratas incultos, tiene que soportar a una coqueta insolente y a un marimacho que monta a caballo.  Conoce al nuevo coadjutor, con quien pronto simpatiza; la coqueta les separa, pero, al fin, el clérigo y la institutriz se encuentran casualmente en Scarborough y se prometen formalmente.  Estos pequeños incidentes están todos narrados en primera persona, de modo sencillo y breve y en capítulos que se titulan: "La iglesia", "Los aldeanos", "El chaparrón", etc...
Puede parecer muy suave el argumento, pero en realidad no deja de tener su picante por la observación aguda de Anne y la sinceridad implacable de su narración. Como ella misma nos dice, muestra "una preferencia por la pura verdad y por pintar a las gentes tal y como son, más bien que tal y como aquellas desearían ser".  Su heroína tiene "un cabello negro y vulgar"; un juerguista no tiene de ningún modo aire romántico, a lo Rochester, sino "un rostro con manchas y párpados desagradablemente enrojecidos"; en tanto que el prometido de una hermana, que es muy estimado, es descrito por ella con presencia solo "decorosa" y de edad "madura".  Este desdén por la exageración y los excesos románticos son recursos típicos de la autora.  La escena donde, apenas llegada, Inés se esfuerza por comer carne fría y dura ante al mirada de sus nuevos patronos; otra donde deja caer una piedra en un nido lleno de crías, para evitar que los pajarillos sean sometidos a torturas por sus alumnos; la espantosa escena de la clase y los curiosos resultados del amor paterno, todo esto es referido sin levantar la voz, pero con una deliciosa simplicidad grave y exacta, y una precisión en los detalles que tiene un callado efecto devastador.
Con su perfecta integridad espiritual, su tranquilo desdén por lo mundano, sus frases serenas, claras, grises, su silente intensidad y verosimilitud en la nueva visión de la vida educativa y doméstica, Anne, por derecho propio, es un clásico que logra entresacar en su narrativa esos fenómenos queridos y apreciados, como son la tierra, el viento y el temporal que ya observábamos en Cumbres borrascosas y que aportan a su relato una frescura y veracidad más que apropiados.
Estamos muy lejos de poder observar en un autor británico contemporáneo esa mezcla de poesía y prosa, de lo salvaje y lo libre dentro de lo doméstico, de la sabiduría y la inocencia, de la ironía y la pasión, del realismo y el romanticismo, como el que nos ofrece la magnífica Inés Grey.  Tal vez sea que el espíritu de herencia celta mezclado con el medio circundante de Yorkshire le proporcionó a su autora un robusto e implacable realismo, una tenaz honestidad literaria, una obstinada creencia en la igualdad y en la libertad.  Las marismas, la soledad, la melancolía y el sufrimiento intenso desarrollarían en la escritora un realismo irónico mezclado con la prosaica experiencia de la revolución industrial vivida en su condado que la llevaría a ella y a sus hermanas a hacer a través de la literatura una ferviente y osada defensa del papel de la mujer en la sociedad.
Las hermanas Brönte, sobra decirlo, fueron producto de lo que les precedió, y no derivaron, en el sentido habitual de la palabra, de las circunstancias previas sin añadir a sus relatos esos ingredientes que, mezcla mental de raros elementos, fuertemente especiados, dieron a toda su creación una mordaz peculiaridad.  Hablamos de los albores del siglo XIX vistos a través del prisma de la femineidad... toda una experiencia.
No leemos a las Brönte como precursoras o como sucesoras, como innovadoras literarias o como contribuidoras a una tradición previa, sino por su interés y mérito intrínsecos: por el elevado y singular placer que nos brindan, como ningún otro escritor, con sus creaciones, tan extrañas, incomparables y sombríamente nobles que llegan al punto de sobrecoger al lector avezado.
Inés Grey es una obra maestra en su género, cualesquiera que éste sea, y para mí supera con creces el estilo y temática de Cumbres borrascosas. Es por ello que recomiendo aquí su consumo y disfrute, los cuales no dejarán indiferente al lector. Y si no, ya me contarán.