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domingo, 11 de octubre de 2015

JACK EL DESTRIPADOR: MISTERIO RESUELTO

El 18 de octubre de 1888 el comisario jefe de Albany abre temeroso una carta cuyo único matasello es una calabera con dos tibias humanas. La carta dice así:

Señor:
Búsqueme hoy en el vecindario de London Road. Hay algunas calentonas que por allí continúan y si siguen estas nieblas tendré una magnífica ocasión de actuar. Ya estoy harto de descansar y quiero volver de nuevo al trabajo. Sinceramente suyo, desde el Infierno, 
Jack el Destripador

En aquel tiempo Londres era la capital del Imperio más grande del mundo y acudía allí gente de todas partes. La ciudad, podemos decir, era el centro del mundo. De hecho, a finales del siglo XIX llegaba a Londres mucha gente del Este de Europa, sobre todo refugiados de Rusia y Polonia. Desembarcaban por miles y la mayoría se establecían detrás de la muralla, en la zona conocida como East End.
Pero, ¿cómo empezó todo?
Entre el 31 de agosto y el 9 de noviembre de 1888, cinco prostitutas fueron asesinadas y descuartizadas en las calles de Londres. Algo nunca visto hasta la fecha. Se bautizó aquella época como "el otoño del terror". Todas las prostitutas o mujeres que andaban por las calles se sentían amenazadas, pues se consideraban como un posible objetivo de Jack el Destripador. Fueron momentos de verdadero pánico. La sombra de Jack se deslizó durante setenta días, noche tras noche, por las calles de la miserable zona del Este de la ciudad.
Se estima que en 1888 podía haber unas 80.000 prostitutas viviendo en el East End. La mayoría cobraba 4 peniques por sus servicios: sexo de pie apoyadas contra una pared de ladrillos en algún callejón oscuro. La prensa se hizo eco desde el primer momento como si de un culebrón se tratara. Fue el primer ejercicio sensacionalista de la historia creado en las imprentas.
Hoy no es nuevo, pero en aquella época se trataba de algo bastante innovador que llenó páginas de muchos periódicos e incluso una revista que se llamaba NOTICIAS ILUSTRADAS DE LA POLICÍA, y que era como El Caso de la época. Aquella publicidad desmedida desencadenó el pánico social. Incluso parece demostrado que el propio nombre de Jack el Destripador fue una invención sensacionalista de la prensa.
El viernes 31 de agosto a las 3:45 de la madrugada, en la esquina de Buck's Row (ahora Deward Street) el cuerpo de Mary Ann "Polly" Nichols apareció sin vida. Había sido degollada y presentaba diversos cortes en el abdomen. Su muerte debió de ser angustiosa.
Nueve días después, a las 6 de la mañana tendría lugar el segundo crimen en el número 29 de Hambury Street, donde yacía el cuerpo sin vida de Annie Chapman. En esta ocasión, Jack, además de degollarla, le extrajo el útero con la habilidad de un cirujano.
Al día siguiente, la noticia de que un hombre asesinaba y mutilaba prostitutas se conocía en toda la ciudad. El 30 de septiembre de 1888, el cuerpo sin vida de Elisabeth Stride yacía sobre los adoquines de Berner Street. Esa noche, Jack fue sorprendido en medio de aquella orgía de sangre. Jack sería visto por primera y última vez en esa ocasión. El cuerpo de Elisabeth no presentaba apenas heridas, salvo, como de costumbre, un profundo tajo en la garganta. Jack no pudo terminar su trabajo al ser sorprendido. Pero, movido por una furia inusitada, el asesino volvería a actuar 45 minutos más tarde a un par de kilómetros de allí, en Mitre Square, donde sería encontrado el cuerpo de la cuarta víctima a las dos menos cuarto de la madrugada. Jack, sediento de sangre, se ensañó especialmente con el cuerpo de Catherine Eddows. El forense en su informe describió una escena pavorosa: le habían seccionado parte de la nariz, el lóbulo de la oreja izquierda había sido arrancado, había sido degollada
y habían abierto su abdomen, del que le habían extraído el riñón derecho y el útero.
La quinta y última víctima se llamaba Mary Jane Kelly y fue vista por última vez con vida a las ocho de la tarde a las puertas del Tenbells Pub. Mary Jane tenía unos 25 años; según las investigaciones de la policía y las pruebas, sabemos que era muy atractiva. Cuando fue asesinada en Millards Court, tenía la cara completamente arrancada Nadie pudo con total seguridad reconocer e identificar su cadáver. De hecho, su compañero sentimental, John Barneti, con el que estaba desde hacía unos meses, dijo que sólo podía reconocerla por el pelo o, quizás, por sus orejas. Cuando llegó la policía a su habitación del número 16 de Dorset Street, algunos agentes tuvieron que salir al pasillo a vomitar y otros se resbalaron con la sangre. Al parecer, sus órganos internos aparecían desparramados por toda la habitación y las paredes estaban completamente manchadas de sangre.
Para dar respuesta a este truculento caso, en 1994 un grupo de investigadores decidió crear el Grupo de la Capa y la Daga. Desde entonces, cada dos meses se reúnen en un pub, el Prias Alice, para debatir sobre la figura misteriosa de Jack el Destripador. En 1997 publicaron un libro con las conclusiones de sus pesquisas, pero éstas han sido superadas por investigaciones posteriores, como veremos más abajo.
Y es que estamos ante el gran misterio criminal de la Era Moderna, pero también ante el primer caso de Psicokiller de todos los tiempos. El ensañamiento implícito en los cinco crímenes canónicos de Jack el Destripador (hay otros asesinatos que no se han podido relacionar con su figura de forma fehaciente y que muy posiblemente sean obra de imitadores) es flagrante.
Lo primero que hay que destacar es que Whitechapel era uno de los barrios más conflictivos de Londres y que en sus calles había asesinatos a diario. Por otra parte estamos ante una novedad nunca vista: el criminal desafía a las autoridades por medio de cartas. La primera carta que llega a Scotland Yard deja tan descolocada a la policía que se decide publicarla en la prensa para ver si alguien reconoce la letra de su autor y ayuda a su identificación. Fue una mala decisión: por un lado se creó una inmensa e innecesaria alarma social y por otro se alentó el narcisismo psicópata de la persona que se ocultaba detrás del sádico asesino. Pero hubo otro hecho que ayudó a publicitar los crímenes de Whitechapel: la popularización de la prensa. Antes de 1840 apenas se compraba el periódico porque su precio era prohibitivo, pero un edicto del parlamento obligó a venderla a menos de un penique. Nótese que por un penique se podía comprar la prensa y que por tres más se tenía acceso a los favores sexuales de cualquiera de las miles de prostitutas del East End (una comparación con los precios actuales nos puede conducir sin dificultad a imaginarnos el altísimo grado de miseria y sordidez del Londres victoriano).
Así pues tenemos que los asesinatos de prostitutas por parte de este anónimo criminal se convirtieron en el primer fenómeno mediático de la historia de la prensa escrita. De hecho fueron las rotativas las que bautizaron a su autor con el nombre de Jack el Destripador (las primeras cartas venían firmadas como "Desde el Infierno") y todos los días había un nuevo episodio informativo sobre las pesquisas policiales.
Decíamos antes que fue un tremendo error publicar las cartas de Jack en la prensa porque de inmediato surgieron muchísimos copycat, imitadores por la profusión mediática. Actualmente se han identificado hasta 32 tipos diferentes de letra en las misivas recibidas y hasta hace escasamente tres años se ha echado de menos un análisis grafológico riguroso como el que seguramente podría haber llevado a un investigador español a resolver definitivamente el misterio.
Curiosamente hay un precedente a Jack el Destripador en la urbe londinense y es más que probable que su "nombre artístico" provenga de dicho sujeto. Se trata de Springheel Jack (Jack el de los Tacones a muelles), quien 20 años antes mataba y huía saltando por los tejados de la ciudad.
Y así comenzaron a identificarse los sospechosos. Curiosamente, la investigación criminológica estaba tan en sus comienzos a finales del siglo XIX que los responsables de Scotland Yard no dudaron en recurrir a todas las personas que de algún modo pudiesen prestar su asesoramiento. Quizás el colaborador más interesante para nosotros sea nada menos que un médico cirujano de origen humilde (había hecho sus prácticas en un ballenero) que no tenía demasiado éxito profesional y había dedicado muchísimas horas de tedio en su vacía consulta volcándose en su afición a la escritura. Me refiero a Arthur Conan Doyle. Efectivamente, el inspector más famoso de la literatura universal, Sherlock Holmes, había nacido en una clínica y enriquecido enormemente a su creador. Conan Doyle tenía, además, la mayor biblioteca criminológica de Europa, coleccionada sin duda para nutrir las tramas de sus novelas.
En 1888 Doyle ya había matado a su personaje y el público inglés andaba algo enfadado con el autor, pues anhelaba seguir disfrutando de las aventuras de Holmes y Watson. No tardaría en revivirlo, pero antes, sir Arthur ayudó a la policía a descubrir, como un Sherlock redivivo, la identidad del inquietante asesino en serie que traía de cabeza a las autoridades.
Apuntada esta anécdota, repasemos a continuación las identidades de los cinco principales sospechosos que se barajaron.
Joseph Merrick. También conocido como el hombre elefante. Se ganaba la vida en teatros y circos ambulantes exhibiéndose para el público. Lo cierto es que fue acusado por su pavoroso aspecto, pero la acusación no se sostenía. Merrick, con  su físico, no podía moverse con impunidad ni siquiera por la noche londinense pasando desapercibido. De hecho, apenas podía moverse: tenía problemas de movilidad y mala vista. Además, difícilmente habría podido practicarle las extirpaciones quirúrgicas a sus víctimas. Podemos afirmar que fue víctima de la perversa vox populi y nunca fue tenido seriamente por sospechoso de los asesinatos. Su único crimen fue residir en Londres en la época de los hechos.


Severin Klosowski. Inmigrante polaco que trabajaba de peluquero en Whitechapel. Varias de las prostitutas que murieron eran clientas suyas y él se cobraba su trabajo en sexo. Incluso 110 años después ha seguido siendo el principal sospechoso de los miembros del Grupo de la Capa y la Daga, debido a que en el chaleco de una de las víctimas aparecieron restos de semen cuyo ADN mitocondrial fue en los años 90 comparado con el de uno de los descendientes de Klosowski dando positivo. Sin embargo debería desecharse este sospechoso por dos motivos mayores: en primer lugar en una época y un país tan poco higiénicos como la Inglaterra victoriana, que una prostituta tuviese determinadas suciedades en su ropa era de lo más normal; en segundo lugar, Klosowski apenas hablaba inglés y resulta muy poco creíble que fuese él quien escribiese las misivas a la policía en un idioma tan bien expresado y perfecto. Podríamos añadir otro detalle sensiblemente importante: este hombre carecía de conocimientos de anatomía para realizar extirpaciones quirírgicas de úteros y riñones. Imaginamos que la teoría Klosowski es muy evocadora dado que estamos ante un individuo bastante conflictivo. De hecho acabaría siendo juzgado y condenado a muerte por asesinar con arsénico a las tres esposas que tuvo a lo largo de su vida londinense. Sin embargo todo apunta que, a no ser que tuviese algún cómplice, él no podía ser.
William Withey. Nada menos que el médico de la reina Victoria. Un gran sospechoso, no cabe duda. Fue acusado formalmente debido a que demasiadas pruebas apuntaban hacia él. En primer lugar poseía una clínica abortista clandestina en el barrio donde tuvieron lugar los asesinatos y muchas de sus clientas eran prostitutas, lo que refuerza la teoría de que el asesino conocía a sus víctimas. Por otra parte, en una sociedad tan puritana e hipócrita como la victoriana, las ganas de sexo eran descomunales y este individuo se sabe que a menudo cobraba en carne sus servicios médicos. Además, al ser cirujano poseía los conocimientos necesarios para realizar las amputaciones y, dada su clase social, tenía un dominio del inglés que le permitiría escribir las famosas misivas a la policía con cierta facilidad. El móvil habría sido que las cinco prostitutas podrían tener conocimientos sobre miembros de la realeza y pretenderían chantajear a la Corona.
Sin embargo no se le llegó a imputar porque cuando ocurrieron los asesinatos Withey padecía una enfermedad neurodegenerativa del sistema nervioso central que le impedía moverse y mucho menos practicar con el bisturí, por lo que acabó siendo desestimado.
No obstante, Conan Doyle que, como hemos dejado dicho, participaba activamente en las pesquisas asesorando a Scotland Yard, comenzó a sugerir e incluso a insistir que el sospechoso tendría que ser una mujer y no un hombre. El creador de Sherlock Holmes estaba absolutamente persuadido de que Jack el Destripador era una dama. Y eso nos lleva a la esposa del doctor Withey...
Elisabeth Williams, la mujer de Withey estaba muy celosa de su marido desde que supo que fornicaba con las prostitutas que acudían a su consulta. De hecho, además era una mujer muy frustrada porque no podía tener hijos y para Conan Doyle resultaba evidente que en su psique podría haber cierto rencor hacia las mujeres que sí que podían procrear y sin embargo interrumpían sus embarazos. Además podría poseer ciertos conocimientos quirírgicos adquiridos a través de su esposo. Pero, ¿cuál sería el móvil? ¿Venganza? ¿Locura transitoria? Aunque se desestimó en su día, lo cierto es que el año pasado, en 2014, se recuperó su nombre y fue marcada como la principal sospechosa. Pero tampoco fue ella...
Alberto Víctor. He aquí un personaje del que todos hemos oído hablar. Siempre se sugirió que Jack el Destripador, además de un auténtico salvaje y un degenerado, tendría que ser alguien de cierta relevancia social que le permitiese delinquir con impunidad. Alberto Víctor era el hijo del rey Eduardo y su sadismo era más que famoso. Se cuenta que incluso se ensañaba en las cacerías y que era muy asiduo de los prostíbulos (de hecho acabó muriendo de sífilis). En 1970, el doctor Thomas Stowell publicó un trabajo en el que le acusaba abiertamente de ser él Jack el Destripador. Se sabe de Víctor que era ególatra y un auténtico psicópata y sobra decir que, debido a la cultura social de la época, se sabía impune por ser miembro de la realeza. Además, le gustaban las mujeres casi tanto como el alcohol y, como buen inglés de su tiempo, las despreciaba con el mismo entusiasmo con que las buscaba.
Una clave que apuntaría a su persona es que en el lugar del asesinato de Catherine Eddows un testigo aseguraba haber visto un carruaje a toda velocidad minutos antes de encontrar el cadáver. Para desplazarse en carruaje hacía falta ser rico, pero al mismo tiempo este medio de transporte facilitaría la huida del asesino, así como su anonimato. No obstante hay un "pero": Alberto Víctor nunca estaba solo y era un personaje muy conocido en Whitechapel. Debemos, pues, desestimarlo.
Walter Sickert. Se trata de un pintor que vivió perpetuamente obsesionado con Jack el Destripador. Toda su obra giró siempre en torno a los asesinatos. Incluso llegó un momento de su vida en el que se identificó tanto con el asesino que aspiraba a ser él. La prensa sensacionalista lo marcó como sospechoso, pero la policía nunca lo considero seriamente.
Como podemos ver, el tema traía de cabeza a la policía, a la prensa y se perpetuó en el tiempo durante más de un siglo convirtiéndose en el mayor misterio criminal de la era moderna. El hecho de que Conan Doyle en persona participase de las investigaciones como asesor de la policía añade un plus casi romántico y evocador sobre el caso. Téngase en cuenta que en el Londres actual se han llegado a explotar turísticamente los luctuosos hechos, cosa que sólo se le ocurre a un inglés.
Francis Tumblety. Un personaje muy interesante para cerrar el cuadro de los principales sospechosos. Se trataba de un inmigrante inglés que se fue a vivir a los Estados Unidos donde se dedicó a la venta de pornografía. Como era tan putero y tan pervertido como Alberto Víctor, y además con dinero, solía regresar a Londres, donde tenía sus amantes, para dar rienda suelta a sus perversiones. Aficionado a todo tipo de prácticas, incluidas la homosexualidad y la pederastia, fue varias veces encarcelado por escándalo contra la moral pública y sus antecedentes lo pusieron en el ojo de mira de Scotland Yard. Lo que acrecentó las sospechas de la policía es que cuando supo que era sospechoso abandonó de inmediato el país, regresó a los Estados Unidos y ya no se dejó ver nunca más por Inglaterra. Obviamente, en una época en la que una simple sospecha fundada sin pruebas periciales demostrativas podía conducir a un sujeto a la horca, no es de extrañar que fuese motivo más que justificado de fuga para alguien como Tumblety.
Hasta la fecha, Tumblety ha sido el sospechoso más plausible, si bien el que más difícilmente se podría demostrar, pues se desconocen sus nociones de cirugía así como su capacidad para escribir en un inglés tan sofisticado como el de las cartas que llegaban a manos de los inspectores de Scotland Yard.
Así pues estamos en una encrucijada. O lo estábamos hasta que llegó un español en 2015 y, a mi modo de ver, planteó el más sorprendente e inesperado sospechoso de todos. Tanto y con pruebas tan contundentes que convierte el folletín dramático de Jack el Destripador en una apoteósica novela de terror.
En su libro INFORME POLICIAL: LA VERDADERA IDENTIDAD DE JACK EL DESTRIPADOR, Jesús Delgado, un perito caligráfico forense con un currículum apabullante hace uso de sus facultades, del sentido común y de su experiencia profesional para elaborar un perfil de Jack el Destripador novedoso y señalar su verdadera identidad dejando muy poco espacio a la duda.
Como el propio autor ha recorrido platós de televisión y emisoras de radio desvelando el secreto y dado que lo interesante de su libro es cómo llega a sus conclusiones, no pasa nada porque termine este artículo respondiendo al título de "misterio resuelto" con que lo encabezo, aunque sea para compensar al lector que tan amablemente ha tenido la santa paciencia de llegar hasta aquí.
Delgado hace un análisis que, por simple, resulta demoledor. Lo que hizo fue analizar las cartas canónicas de Jack el Destripador y hacer un estudio psicografológico de su remitente. Sus conclusiones fueron que el autor poseía una gran inteligencia, un nivel social y cultural elevado y que era alguien que había tenido una infancia tormentosa. Además, el asesino debería tener conocimientos de medicina y anatomía y ser alguien que se sintiese lo suficientemente seguro de sí mismo como para saber que podría obrar con absoluta impunidad, que nadie pensaría en él.
Y no tardó en identificarlo. Sólo tuvo que cotejar la caligrafía de Jack el Destripador con la de sir Arthur Conan Doyle aplicando los ítems admitidos universalmente por la Interpol.
¿Quién era en realidad Conan Doyle? Un médico cirujano que se había dedicado a escribir novelas policíacas (su gran pasión) porque no tenía clientes. Un hombre que se había hecho rico con Sherlock Holmes. Un señor que, gracias al mediático caso de Jack el Destripador se lucró resucitando a Sherlock ya que volvió a ponerse de moda entre el público el género negro. Pero también había sido un niño maltratado (padre alcohólico y jugador y madre que se prostituía para poder llevar comida a casa). Y un hombre que fue investigado por asesinato, ya que firmó el certificado de defunción de un periodista amigo suyo con cuya mujer mantenía relaciones sexuales: un amigo que además fue el autor de El Perro de los Baskerville y que estaba en trámites de denunciar a Doyle por plagio pero que "desafortunadamente" murió antes de lograrlo.
Añadamos a esto que fue el que colaboró con Scotland Yard y el que dirigió la investigación hacia una mujer y no un hombre (¿para despistar?). Recordemos su reputación como poseedor de la mayor biblioteca criminológica de Europa. Agreguemos que era un personaje respetado, putero como todos los de su época y que podría querer experimentar lo que sus propias novelas narraban.
Puede parecer una teoría muy osada, incluso de ciencia ficción, pero el propio autor asegura que si Conan Doyle hoy viviera, con las pruebas caligráficas existentes se le podría llevar a juicio y sería condenado como autor de los hechos (máxime porque en una de las misivas, aquella en la que se jacta de haberse "comido el riñón de su víctima" hay muestras de sangre de la misma, por lo que se sabe que el autor de la carta es el mismo que el del asesinato). Por todo eso y porque tanto Jack como Doyle resulta que empleaban el mismo tipo de papel, un papel caro, para escribir sus cartas.
Recomiendo que, si el lector tiene curiosidad, no dude en adquirir el libro de Jesús Delgado y llegue a sus propias conclusiones. Y mientras se lo piensa, aquí dejo un vídeo de Conan Doyle por si quieren verlo con otros ojos. ¿Será él Jack el Destripador? ¿Estamos ante el misterioso caso del doctor Doyle y míster Jack? No me digan que no es una perspectiva inquietante.




ACLARACIÓN: El contenido de este artículo está basado en las pesquisas y declaraciones públicas de Jesús Delgado, así como en el contenido de su libro arriba mencionado.
PARA SABER MÁS:
Jack the Ripper photos
The five known victims